OCTUBRE





Adaya llega siempre sin anunciarse, con ese caminar particular: una fuerza contenida a punto de estallar en cualquier momento. Contemplativa, calmada, astuta, deambula con familiaridad entre la oscuridad con ojos refulgentes de alucinada. Ambiguas son sus pupilas según incide la luz en ellas. Me gusta su carácter contemplativo, su curiosidad, su silencio, su ensayada pereza. Camina en la penumbra un poco casi como yo lo hago.

Yo no me atrevo nunca a tocarla. Trato de seducirla con esfuerzo pero sin un propósito definido, más bien a tientas. Ella se resiste con fiereza pero sin determinación. Adaya disfruta embrollarme con su sonrisa burlona. Esa odiada y adorada narcisista desconsiderada.

Ella intenta borrar cada rastro mío en si con la misma desesperación con la que yo me aferro a su presencia. Más que mirarme a los ojos y hablarme se revela ante mi abalanzándose y dándome un mazazo en la cabeza. Yo lo he encontrado siempre muy divertido.