Día de la madre.




 “Sin embargo, existen pocos acontecimientos tan dolorosos como la pérdida de un hijo. Puesto que se les ha privado de una vida razonable, de acuerdo con nuestra propia noción de la muerte, sus muertes se lloran más en privado que otras, incluso si no trascienden públicamente. En otras partes del mundo, en cuanto se establece que el lugar de los niños esta entre nosotros, es preciso hacer complicados arreglos para proceder a la simulación de todas las etapas restantes de la vida, para convertirlos en personas de verdad que puedan morir oficialmente, como es debido. En estos casos su muerte provoca incluso un esfuerzo colectivo mucho mayor que los reservados a los fallecimientos de los adultos más destacados.
Tanto entre los ojibwa como entre otras tribus indias es costumbre muy generalizada cortarse un mechón del cabello en memoria de los hijos fallecidos, sobre todo los que murieron siendo todavía niños de pecho, y envolverlo en un papel con lacitos de vivos colores. Alrededor se depositan los juguetes, amuletos y ropas de los pequeños desaparecidos. Estos forman un paquete bastante largo y grueso que se ata con cordeles  y puede pasearse como si fuera una muñeca.
A esta muñeca se le da un nombre que significa “dolor” o “infortunio” y que podría traducirse mejor como           “muñeca de la tristeza”. Este objeto inanimado ocupa el lugar de la criatura fallecida. La madre enlutada la lleva consigo durante todo un año: la coloca cerca de si ante el hogar, y suspira con bastante frecuencia al mirarla. También la lleva consigo durante los viajes y excursiones, como si fuera una criatura viva. La idea fundamental, me dijeron, era que la criatura pequeña, indefensa y muerta, al no saber caminar, no podría encontrar el camino que lleva al paraíso. La madre podría ayudar a su alma en el viaje llevando continuamente consigo su representación. Así lo hacen hasta que el espíritu de la criatura ha crecido lo suficiente para valerse por sí solo.

En un plano más general, la creencia en la reencarnación de los muertos alienta a que se vincule a los niños tanto con la muerte como con la vida. Puede considerarse que unos índices de mortalidad infantil elevados son signos de que los niños están ansiosos por volver al país de los muertos. Entre los Tinglit de Alaska se esperaba que los niños recordaran sus existencias previas mientras todavía eran pequeños. Solo mucho más tarde se cortaba el marchito cordón umbilical que llevaban alrededor del cuello y se les reprochaban esa clase de recuerdos.

En gran parte de África occidental existe la creencia de que ciertos niños son “niños fantasma”, seres maliciosos nacidos entre el dolor y el sufrimiento que infligen dolor y sufrimiento a sus padres y después mueren ignominiosamente, solo para poder renacer. Estos monstruosos niños se alimentan del sufrimiento de sus padres y venden las lágrimas de estos a cambio de enormes sumas de dinero en el país de los muertos. Si se les identifica a tiempo se les dan nombres que hagan referencia a su fealdad o su perversidad para que resulten poco atractivos a los espíritus, o se les embadurna con materias repugnantes para que pueda romperse el circulo. Tras la muerte, es posible que sus cuerpos sean mutilados”